El carnaval jaujino se manifiesta a través de los
cortamontes que se realizan en cada barrio y comprende la “traída” y el “tumbamonte”.
Autentica y peculiar expresión cultural por medio de una danza, elaborada
artísticamente con una demostración de garbo y elegancia que en cada paso
realizan las parejas, y que no es fácil ejecutarla perfectamente.
Aún recuerdo, las primeras veces, cuando asistía a los
cortamontes para ver a las parejas que se diferenciaban por su baile refinado.
De noche, cuando los árboles habían caído, los nuevos padrinos dejaban la
plazuela del barrio y encabezaban la pandilla hacia la plaza de armas,
ingresando triunfalmente y “guapeando” por el jirón Junín o Grau, formando una
inmensa pandilla de varias cuadras. Las parejas vestidas típicamente se mezclaban
con las que vestían de civil.
El público en general que contagiados por el frenesí,
dejaban de ser espectadores y se animaban a bailar. Era fiesta de carnaval y a
esa hora estaba permitido que las parejas participen en la pandilla sin vestir
el traje típico jaujino.
Los nuevos padrinos, junto a sus familiares y amigos,
al llegar a la plaza de armas, se dirigían al “Casino de Jauja” para ser
homenajeado por su antecesor y la fiesta seguía con algún grupo tropical.
Una noche, cuando observaba a los bailantes del
Barrio de Huarancayo que se dirigían a la plaza de armas, una vecina, me
propuso hacer “bollitos”, no sabía lo que me proponía, pero al explicarme,
comprendí que era una invitación a bailar. La denominación de hacer “bollitos”
era la costumbre de bailar sin disfraz, siguiendo a la pandilla hacia la plaza
de armas.
Como muchos, practique mis primeros pasos con los “bollitos”,
asimilando poco a poco hasta tener confianza y destreza. Después vendría la
primera vez que bailaría con una hermosa jaujina. Fue en el barrio de La
Libertad. Con temor ingresé al ruedo, sentía que todas las miradas de los
espectadores eran para mí, no me quedo más que bailar cerca a los árboles y
cubierto por las demás parejas que si mostraban con naturalidad su destreza
dancística. La experiencia fue hermosa y me motivó a seguir bailando, la
segunda vez fue con más seguridad y así de a poco a poco llegué a tener la
confianza de los antiguos y expertos danzantes. Hasta llegar a dibujar con los
pies y expresar con los movimientos del cuerpo, el garbo y la elegancia del
carnaval jaujino. La posición de bailar al fondo, pasó a la parte exterior del
ruedo, cercano a los espectadores. Sentí toda la emoción que produce nuestra
tradición carnavalesca mediante la danza. En cada paso que daba me encantaba el
arte de llevar a mi pareja e intercambiar miradas y sonrisas cómplices. Tantas
historias vividas. Tantas historias por recordar y por contar.
A esa temprana edad no tenía terno y no quedaba otra
que pedir prestado a mi padre. Yo era un poco más alto que él y tenía que bajar
la basta del pantalón, Aunque no era mi talla pasaba desapercibido, mejor si
bailaba en el barrio de Huarancayo, porque el poncho ayudaba a cubrir el terno.
Hasta que un amigo, que en esos tiempos no bailaba muy seguido, me presto su
terno que si era de mi medida, porque teníamos la misma estatura. Ese año bailé
en casi todos los barrios de Jauja, como pronosticando mi despedida de varios
años. Al devolver el terno, fue como dar la posta a mi amigo, como si el terno
se hubiera convertido en un “terno bailarín”, le cambio su actitud de no bailar
y ahora, hasta el día de hoy, sigue bailando los cortamontes.
Pasaron los años, baile en muchos barrios. Tuve la
oportunidad de regresar varias veces y disfrutar de nuestra hermosa tradición. Algunos
años no pude, como algunos jaujinos que no tienen la oportunidad de regresar
por varios motivos. Esas veces que no regrese, solo quedo contentarme con los
hermosos recuerdos que guardaba y que afloraban al ver una foto, un vídeo, alguna
noticia o algún motivo relacionado al carnaval de nuestra tierra, nuestros
cortamontes. Solo quedaba hacer la promesa de regresar nuevamente.
Hasta una próxima historia de Jauja…
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