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Jauja, donde pagan a los hombres por dormir, fustigan a los hombres que insisten en trabajar, los árboles son de tocino y sus hojas de pan de fino. Las calles están adoquinadas con yemas de huevo y lonjas de tocino, asadas y fritas...

16 de enero de 2017

El padre de la Tunantada: Tiburcio Mallaupoma

El padre de la tunantada, ese es mi papa. Aunque murió hace 36 años, su presencia se ha hecho eterna. Más aún hoy, cuando jauja danza y la gente es feliz por toda la herencia histórica, construida por mujeres y hombres enamorados de su tierra; prolíficos artistas, sensibles y maravillosos como Tiburcio Mallaupoma Cuyubamba, mi padre.

De la unión de Hermenegildo Mallaupoma y Ana Cuyubamba, nació mi padre, el 11 de agosto de 1907, en el anexo de Iple, Parco. Pasaron solo 5 años para que mi abuelo lo dejara huérfano y en total pobreza junto a Obispo, su hermano mayor. Este adquirió un violín que desde un inicio llamo la atención de mi padre. Tenía apenas 6 años cuando quedó fascinado por el instrumento. Un día el tío Obispo lo pilló jugando con el violín. Otro día, cuando el tío iba a viajar, decidió colgar el violín en lo más alto de la casa, pero todo fue en vano: mi padre desplegó una frazada atada a cuatro estacas e hizo caer el instrumento, pero el hermano lo sorprendió una vez más.

- Ya puedo tocar este violín – dijo Tiburcio, temeroso.
- A ver – desafió Obispo.

El violín desapareció a los pocos días y Tiburcio no lo volvió a ver nunca más. Mi padre habría adquirido entonces el deseo de tener su propio violín.

A los 7 u 8 años, en enero, mi padre partió a Jauja, a pie, para vender huevos en su quipecito. Al llegar a Yauyos fue sorprendido por una orquesta de músicos. Ahí estaba el violinista Villarruel de Huaripampa. Al verlo humilde y desalineado, los músicos se burlaron y lo empujaron, provocando que los huevos se rompieran.

Visitando a su abuelo Aurelio, en Paccha, encontró un violín abandonado en la casa y sin cuerdas. Mi padre tendría unos 10 años y vio en aquella visita la posibilidad de armar su propio violín. Su abuelo le pidió cinco soles, un monto elevado para mi padre, pero ahí estaba la oportunidad. Su madre aceptó otorgándole 2 soles y 50 centavos. Apareció entonces Virgilio, el otro hermano, mi tío, que trabajaba en la mina. Mi tío Virgilio colaboró con la restante y el violín, por fin, yacía en las manos de quien más adelante llegaría a ser el padre de la tunantada.

Él mismo contaba que se pasó la noche instalando sus dos primeras cuerdas que provenían de una guitarra. Las otras dos cuerdas graves fueron adaptadas con tripas de carnero. El arco se construyó con un palo de "milo". Quince días después, don Germán de la Cruz, natural de Pachascucho, se convierte en su primer maestro. Le enseña a afinar y le vende un arco usadito.


A los 3 meses nomás, Tiburcio ya tocaba de oído algunas canciones conocidas en La menor. Sorprendentemente es solicitado para una herranza en Ipas en temporada de carnavales. Muy alegres, los asistentes exigen al joven músico tocar el huaino llamado Verde monillo. Pero Tiburcio tenía pocos temas en el reportorio. Por poquito y lo botan. Felizmente recibió el pago prometido: un cordero negro con cachos. Y así poco a poco lo pidieron en zafacasas, matrimonios, cumpleaños, bautizos.

Tenía 13 años cuando recurre al maestro Felipe León, en Yauyos; luego al profesor Roberto Caro, director de la banda del colegio San José. Por fin conoce la verdadera posición con la que se toca el violín, las notas musicales, las escalas, tonalidades, compases. Con la teoría encima y 16 años a cuestas, el maestro Sabino Blancas lo contrata para tocar en Orcotuna, en la fiesta de la Virgen de Cocharcas. Mi padre cae muy bien y recibe el aprecio de los aficionados. Poco a poco va conociendo otros lugares como Cerro de Pasco, donde bailan chonguinada; y va conociendo a músicos famosos como Ascario, Pastor Díaz y Juan Quiroz. También fue viajando para tocar primero en Marco, luego a Chocón, también Xauxa Tambo, después Muquiyauyo, Huaripampa, Tarma, Junín y varios lugares de Huancavelica. En 1930, cuando mi padre tenía 22 años, forma el conjunto Centro Musical Jauja, organizado por el doctor Víctor Manuel Vásquez. Fue una orquesta que no tuvo rival. En 1932 funda su orquesta, denominada Los Líricos de Jauja, junto a Virgilio Mallaupoma, José Canchari, Miguel Rojas, Teodoro Rojas, Sabino Hinostroza, Eusebio Arenales, Hilario Torres, Canchaya y Chuto Terrazos (quenistas), y Pablo moreno (arpista). En 1938, la orquesta se afianza pero ya con el nombre de Lira Jaujina, esta vez con León Mallma, Esteban y Tomás Palacios, Emilio Beltrán, Oswaldo Misari, Sergio y Anasto Mayta, Teodoro Rojas, Oswaldo Vílchez, Domingo Canchari. Al poco tiempo realizan su primer viaje a Lima, contratados por Ponciano Iporre, para amenizar una fiesta deportiva organizada por los residentes de Masma. Para el evento, anunciaron su presentación en emisoras radiales, tocando temas de autoría de mi padre: Perdón y olvido; Bajo el monte; Basta, corazón, no llores; Mala hierba; el Caminito de Huancayo; Ladrón de amores, también los yaravíes con sus respectivas cachuas.

La orquesta típica Lira Jaujina fue invitada, en 1950, al Ministerio de Educación en Lima por José María Arguedas, para grabar discos gratuitamente. Al año siguiente, participó en el gran concurso de Amancaes. Aquella vez, ganaron y recibieron mil soles de oro pero no fue la única ocasión. Al año siguiente, el Concejo de Rímac también los premió con la misma suma y radio Excelsior de Lima les otorgó una medalla de oro y pergaminos en reconocimiento a su excelente trabajo musical. Desde entonces, no pararon los éxitos en coliseos y plazas. La consagración de la Lira Jaujina se consolidó frente a orquestas de Huancayo, Tarma y Cerro de Pasco. Los reconocimientos sumaron alrededor de 300 trofeos, 500 pergaminos y más de 1000 temas propios. Mi padre declaró, ante Apdayc, más de 300 composiciones.

La Lira Jaujina fue reconocida en 1963 por la Casa de la Cultura del Perú; a la vez, Tiburcio Mallaupoma fue nombrado "Recopilador de la música folclórica del centro". Su producción fue grabada en varias disqueras: MAG, Virrey, Philco, Iempsa, Sono Radio. En algunas, recibió réditos, en otras no. Su amor por la música trascendía los beneficios económicos. Pero no solo ello, mi papá también compuso vals y paso doble. Cuando dejó la Lira Jaujina, esta iba por la cuarta y quinta generación. La mejor de todas las generaciones que tuvo la orquesta de mi papá, fue en la década de los 70, donde se define el Trío de Oro, pues conformaban la orquesta don Julio Rosales, Teodoro Blancas y Juan López. Fue todo un récord de ventas para la disquera Virrey con los LP Sin rival y Serenata jaujina. Mi papá también dejó discípulos legítimos como Silvestre Limaylla, Cresencio Marcos, Jesús Palacios, quienes por coincidencia, llegaban juntos a Iple. Todos terminaban cultivando maíz y estaban muy bien preparados para ganar concursos de orquestas en el Coliseo Nacional en Lima.

Uno de los principales méritos de mis padres es haber puesto la "tercera" del huaino en la tunantada, pues antes se tocaba la primera y segunda, luego se volvía a la primera dos veces y fin. Pero es él quien pone la tercera parte al huaino, que se considera la "principal", incluso para poder zapatear en la octava. Esta es una de las razones por las que mi padre es considerado, con justo derecho, Padre de la tunantada.

Don Tiburcio, mi padre, también es el primero en incorporar un saxofón a la orquesta. "Tú tienes la culpa, ahora hay más de quince, puro chimeneas es la orquesta", le decía don Leoncio Mallma a mi papá. La Lira Jaujina es la primera en incluir a un vocalista, preclaro cultor de mulizas y huainos: Juan Bolívar Crespo. Luego tocaron junto a Picaflor de los Andes y Flor Pucarina. Nunca Hubo problemas en compartir temas con los más grandes intérpretes de la región. Mi padre era tan generoso que regalaba alguna de sus composiciones: Lágrimas de madre, a don Esteban Palacios; Caminito de Huancayo, al doctor Virgilio Reyes, quien escribió la letra; Sombrerito jaujino, a Fredy Centy (Pacharaco); Llorando en Pachamalca, a Fortunato Quintana; Jara Arteaga, a Juan bolívar; y varios temas a Picaflor de los Andes.

Cuán grande sería la consideración y el respeto a mi padre por su gran espíritu benevolente, cuando prestaba dinero, compartía alimentos, que plantaron chaguales en los cerros previniendo su protección. Tiburcio Mallaupoma Cuyubamba, mi padre, el Padre de la tunantada, falleció el 2 de enero de 1978, en La Oroya, debido a una insuficiencia renal. De su primer compromiso con Fortunata Ninahuanca nacieron 3 hijos: Ligoria, Hever y Enma Mallaupoma Ninahuanca. Cuando enviudó contrajo un segundo compromiso con Ricardina Nonalaya, y con ella tuvo seis hijos: Ida, Sofía, Tiburcio, Edith, Ana y yo, Jaime, que he decidido seguir sus pasos y mantener vigente a la orquesta Lira Jaujina.

Actualmente los restos de mi padre descansan en su tierra natal, Iple. Allí llegarán los músicos y amantes de la tunantada, quienes reconocen el valor de mi padre. Sin embargo, aún hay un sabor amargo pues ninguna autoridad le otorga el homenaje debido. Mi padre partió hace 36 años pero su presencia imperecedera vie en el rinconcito de cada corazón jaujino con una muliza, un huaino o un canto eterno impregnado en el pedacito de cielo.
Fuente: Tesis “El valor del Chuto en la danza la Tunantada de Jauja, Yauyos 2014”
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle

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